29 de marzo de 2013

Este jueves, un relato: Con...jugando palabras.

Esta necho esbata en mi cicona praperando unas cocretas y ha sanodo el mivol. Tan ripado he quiredo silar a respendor la llamada que he ciado de dorillas sin que naide piduera sarvalme De miraglo no me he roto dana, aunque me ha quedoda el puerco dolirodo y el espitiru ñadado en mi orgollu por atrotiná. He tenodi que buntarme en el cholcón después de marde una marida al gelpo y ver el alcenca de la selión. 

Sogi  paditifusa. Parabla.

Lupe

Más jeugos con latres en el glob de Gaby




22 de marzo de 2013

Este jueves, un relato: Jefe, hoy no voy a trabajar. Estuve de farra.

Sr. jefe del pasado jueves...O sea, Gus. 
Ayer no vine a trabajar porque estaba de farra. Si farra se le puede llamar a estar «horas» cara al ordenador, con mi cámara de fotos, cables, Movie Marker, Photoshop, listas, e incordiando-no poco- a mi esposo con los retoques de imágenes. Pero disfruto montando estas pequeñas películas. Creo que son un bonito recuerdo de momentos compartidos con gente maja, aunque no estuvierais todos los que sois...

Y ya esperando la iniciativa del próximo Encuentro Juevero os dejo el resultado de mis horas de farra. Espero que disfrutéis viéndolo, tanto,  como yo preparándolo. 

Mañana comenzaré a visitaros. Tengo curiosidad por leer vuestras «excusas».




LUPE

15 de marzo de 2013

Este jueves, un relato: La mano.



Tan solo hace unos días que la conocí. Ignoro su nombre, por eso le he adjudicado uno: Esperanza. Para elegirlo, me he inspirado en las funestas perspectivas que, a día de hoy, su vida ofrece.


Esperanza es una gorrilla. Desarrolla su «actividad» en una zona céntrica de la ciudad. Mi asistencia a un interesante cursillo sobre plantas aromáticas, me llevó a tener que aparcar en su zona varias tardes. Desde el primer momento me fijé en ella. La pantomima que utilizaba para ofrecer un hueco libre a los automovilistas, captó mi atención de inmediato. Los vistosos pingos que cubrían su enjuto cuerpo, más.

Esa tarde, Esperanza dirigía con mucho interés mi maniobra de aparcamiento. Más pendiente de sus manoteos que de mi coche, me acerqué demasiado a la acera y un rascón con el bordillo me hizo temer lo peor. Bajé a comprobar el posible daño causado a la rueda delantera. 


-¿Te ha ocurrido algo? ¿Puedo ayudarte? Ambas preguntas me descolocaron. «Ella» me ofrecía ayuda…A mí…


Me volví a mirarla. Unos ojos chispeantes esperaban respuesta. Les acompañaba una sonrisa que ponía al descubierto varios restos de dientes ennegrecidos en el marco de un rostro ajado prematuramente. Su aliento denotaba con generosidad su más reciente ingesta.


Algo me movió a quedarme a su lado e interesarme un poco por su vida. 



En un corto espacio de tiempo, supe que Esperanza malvive en los bancos de esa plazoleta, cuyo edificio principal es una antigua Iglesia. Le acompañan cuatro hombres con los que comparte sus horas y desdichas. Juntos, acuden asiduamente a comer a la Casade la Caridad, pero ese día, no le habían dejado pasar al comedor porque olía a alcohol.

-Las normas hay que cumplirlas, balbuceé…Y allí, con ese tema, sabes que son muy estrictos. Es por vuestro bien.

-Pero necesitamos calentarnos, pasamos mucho frío en la calle, me argumentó con un persuasivo mohin en su cara.

Pernoctan al raso, entre cartones, en un callejón próximo y de donde me comenta que los echa cada mañana la policía local a eso de las siete de la mañana.

A mi pregunta de si tiene familia, responde hablando de su «chico», a la vez que dirige mi atención hacia el banco donde parlotean cuatro hombres indiferentes a nuestra conversación. Y de nuevo sonríe.

-Es muy bueno. Se porta muy bien conmigo, apostilla.

-También tengo una hija. Pero está muy lejos. En Francia. Vive con su padre y, aunque no la puedo ver, me comunico de vez en cuando con ella por Faceebok.

Mi sorpresa, a esta altura de la conversación, fue mayúscula.

-¿Por Faceebok?, le pregunto malpensando que se estaba quedando conmigo…

-Sí, claro. Tiene una cuenta abierta solo para mi. Y cuando el día se me ha dado bien, me voy guardando dinero para acudir al locutorio por lo menos dos veces al mes. Me alegro tanto de saber de ella…

Acto seguido me preguntó si yo tenía cuenta en Facebook para poder comunicarse de vez en cuando conmigo. Le argumenté que cuando saliera de clase, tomaría nota de su cuenta.  

Eché mano al fondo del bolsillo de mi chaquetón y le entregué las monedas que tenía destinadas para pagar al Exmo. Ayuntamiento mi estancia en la zona azul. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver el estado de las manos de Esperanza. Resecas, enrojecidas, preñadas de pupas y arrugas, y tremendamente esqueléticas. Debajo de sus largas y enlutadas uñas se podían sembrar patatas…

Al ver las monedas que deposité en la palma de su mano, se emocionó y me preguntó si podía darme un abrazo. No me dio tiempo a responder. En un santiamén, me vi rodeada  por sus débiles y descarnados brazos que, aun así, me apretaron con fuerza a la vez que un sonoro beso se estampaba en mi mejilla.


La vi alejarse contenta al encuentro con su chico.


Lo primero que hizo fue mostrarle su mano con las monedas que yo le había entregado. (Y fueron pocas, las que solemos pagar en un parking) Después, de un salto, se sentó a horcajadas sobre él , rodeó su cuello y se fundieron en un interminable beso. 

Me he acordado varias veces de Esperanza. Pero sobre todo, me he acordado de sus manos, testigos fehacientes de la clase de vida que ha elegido...¿O no? 

LUPE

Más manos en el blog de Dorotea.



 



 


8 de marzo de 2013

Este jueves, un relato: El viento.





Apareció en su vida como un auténtico huracán. A ella, le faltaba ya hasta el aire para respirar. Sutilmente y, conocedor de inmediato de su situación anímica, la fue envolviendo en sus grandes círculos afectivos y, poco a poco, la contagió de vida. Sus charlas eran  frecuentes y amenas; unas veces, los temas eran triviales y divertidos. Otras, en cambio, tan sustanciales e intensos que le clarificaban el camino y empapaban de energía sus maltrechos ánimos.

La inesperada y sorprendente amistad con él, colmó su existencia  de un aire fresco que reforzaba su capacidad de lucha y ráfagas de entusiasmo, iban jalonando su día a día.

Siempre estará agradecida al viento aquel que llegó del sur, abrió con ímpetu las ventanas de su alma e hizo posible que la tormenta que estaba encadenada en su interior, se transformara en un admirable mar en calma...

Lupe
Más vientos en casa de Juan Carlos